PETICIÓN DE RENUNCIA AL PRESIDENTE JORGE UBICO CASTAÑEDA
Señor Presidente de la República:
El día sábado 24 de junio, a las dieciséis
horas, se presentó a Ud. un memorial suscrito por más de trescientas personas,
pidiéndole: a) El restablecimiento, sin demora, de las garantías
constitucionales; y b) La plena efectividad de tales garantías. Hicieron la
entrega de ese memorial, en nombre de los firmantes, los licenciados Federico
Carbonell y Jorge A. Serrano, quienes, al día siguiente en la mañana, fueron llamados
al Palacio Nacional con el objeto de que reunieran a un grupo de personas
firmantes de la solicitud, a fin de discutir la forma más conveniente y
patriótica de conjurar la gravísima situación creada en el país. Atendiendo esa
insinuación y guiados únicamente por móviles del más puro interés patriótico,
celebramos una Junta con los secretarios Salazar, Anzueto, Sáenz de Tejada,
González Campo, y Rivas, y como única gestión posible por nuestra parte,
ofrecimos acercarnos a los diversos sectores representados en las
manifestaciones populares, con el objeto de conocer en forma precisa todas y
cada una de sus aspiraciones y transmitirlas al Gobierno de la República. Con
ese exclusivo propósito solicitamos que se nos otorgaran por escrito las
garantías necesarias: seguridad personal, libertad de prensa, de asociación y
de libre expresión de palabra. Ninguna de ellas nos fue concedida y el acta,
que principiaba a redactarse, quedó inconclusa ante la imposibilidad de
conciliar dos criterios totalmente opuestos: el nuestro, que consideraba
indispensable para solucionar la aguda crisis del país, la obtención de los
medios indicados; y el del Gobierno, que apelaba a mantener inalterable la
situación de fuerza creada por la suspensión de garantías y que se negaba a
otorgarnos en lo personal las seguridades por escrito que tan de buena fe le
solicitábamos.
En
vista de tales circunstancias dimos por concluida nuestra misión.
En
la tarde del propio día de ayer, el Honorable Cuerpo Diplomático acreditado en
el país se sirvió convocarnos al edificio de la embajada Norteamericana par
comunicarnos que el gobierno de la República del había solicitado abocarse con
nosotros y conocer si estábamos en disposición de reanudar las conversaciones
suspendidas esa mañana. Ante la situación, cada vez más tirante, y a pesar de
que ya eran conocidos de todos los incalificables atropellos del mediodía,
aceptamos la iniciativa del Gobierno y acudimos nuevamente a Palacio.
Encontramos la misma actitud de intransigencia de parte de la Delegación del
Gobierno, formada por algunos Secretarios de Estado y de la Presidencia. Fueron
inútiles todos nuestros razonamientos y esfuerzos por lograr del Gobierno las
facilidades que pudieran acercarnos al éxito de la misión que se quería confiarnos
y que, por aquellos deplorables sucesos, aparecía cada vez más remoto. Llegados
a este punto, solicitamos entrevistarnos directamente con Ud. esperando
encontrar mayor armonía con nuestro criterio.
Usted,
señor Presidente, recordará todas nuestras observaciones: la insistencia
sincera y razonada con que le hicimos ver el origen popular y espontáneo del
movimiento reivindicador que conmueve al país, provocado por los largos años en
que el pueblo se ha visto privado del ejercicio de sus derechos; la necesidad
ingente de restablecer las garantías ciudadanas; el distanciamiento real en que
se ha mantenido Ud. del pueblo, debido a la falta absoluta de medios de libre
expresión; de haberse creado hacia Usted, en el país, por su actuación y la de
sus colaboradores, más que un sentimiento de respeto, uno de temor individual e
inseguridad social; la inconveniente centralización de las funciones públicas;
el desequilibrio que significa la existencia de un Gobierno rico frente a un
Pueblo pobre; la justificada impaciencia del pueblo de Guatemala ante la
inmutabilidad de su Gobierno por el largo espacio de catorce años; sus sistema
de gobierno en pugna con las realidades del presente; la resistencia de su
Administración a realizar las necesarias reformas sociales; los abusos de
autoridad reiteradamente cometidos durante su administración; los perturbadores
intereses creados entre sus servidores que han contribuido a falsearle la
realidad ambiente; y, en fin, señor Presidente, todas aquellas circunstancias que
han llevado al país a la presente situación unánime protesta pública.
En
un principio, nuestras esperanzas se vieron alentadas por la actitud receptiva
de Usted ante la franqueza de nuestras expresiones, ante la sinceridad de
nuestros propósitos y ante el común interés patriótico que en Usted suponíamos.
Nos manifestó Usted que la única forma de gobernar al país es la que Usted ha
puesto en práctica; que no restituiría las garantías constitucionales; que la
libertad de imprenta suponía la inseguridad del gobierno; que la organización
de partidos políticos de oposición era incompatible con el orden público y que
no los permitiría mientras estuviera en el poder; que el actual movimiento de
opinión tiene su origen en corrientes ideológicas que vienen de fuera. Ante
nuestra más profunda sorpresa afirmó Usted que por su prestigio y experiencia
gubernativa su alejamiento del poder significaría el caos para Guatemala,
dándonos la impresión de conceptuarse insustituible al frente de los destinos
del país.
Le reiteramos la solicitud ya hecha al
Gabinete, de todos los medios necesarios para ponernos en contacto con la
opinión pública y traerle una clara expresión de los deseos ciudadanos. Accedió
Usted únicamente a que, sin hacer reunión de clase alguna, nos pusiéramos en
contacto en forma individual con personas de los distintos sectores y le
transmitiésemos las verdaderas aspiraciones del pueblo guatemalteco.
Para
el debido cumplimiento de nuestra gestión patriótica, y con la única garantía
que nos fue concedida por Usted, salimos del Palacio a cumplir la misión que
voluntariamente nos habíamos impuesto.
¡Cuál
sería nuestra sorpresa al darnos cuenta de que mientras parlamentábamos en
Palacio, y el Honorable Cuerpo Diplomático estaba dedicado a las nobles
funciones de Mediador, la policía y la tropa acribillaban a balazos a hombres,
mujeres y niños que pacíficamente desfilaban por las calles, entre cuyas damas
se contaba doña Julieta Castro de Rölz Bennett, esposa de uno de nosotros!
La
indignación general por tan reprobables hechos era profunda e incontenible. La
sangre de las víctimas robustecía las ansias de libertad. Considerábamos que la
crueldad de la fuerza pública era insuperable obstáculo a nuestros propósitos,
y así quedó confirmado al entrevistarnos con personas de los diferentes
sectores sociales.
Con tan dolorosa convicción volvimos a
presencia del Cuerpo Diplomático, y le expusimos el fracaso de nuestras gestiones,
debido a los últimos acontecimientos, de los cuales ya estaba enterado ese
Honorable Cuerpo, cuyos sentimientos humanitarios fueron de nuevo evidenciados.
Esta
mañana a las nueve horas fuimos llamados por el señor director General de Policía,
quien, en cumplimiento de las instrucciones recibidas del señor Secretario de
la Presidencia, nos notificó que la autorización que Usted nos había otorgado
quedaba sin efecto y que tendríamos que atenernos a las consecuencias emanadas
del Decreto de suspensión de garantías.
La
misión patriótica que habíamos aceptado quedaba definitivamente concluida por
disposición del Gobierno.
Como
obligada consecuencia de los hechos narrados, consideramos que es nuestro deber
ineludible, según lo acordamos con usted, llevar a su conocimiento la expresión
inequívoca de los anhelos populares que hemos podido palpar y que son el
verdadero origen de la situación angustiosa porque atraviesa Guatemala. Tales
aspiraciones se concretan visiblemente, palmariamente, y de manera
incontrovertible en la necesidad sentida por todos, como única solución
patriótica y conveniente, la de que Usted renuncie en forma legal a la
Presidencia de la República.
Protestamos
al señor Presidente, en nuestra más alta calidad de ciudadanos, que lo que
dejamos expuesto se ciñe por entero a la realidad de los hechos y del momento
que vive nuestra Patria.
Guatemala,
26 de Junio de 1944.
Firmas:
Ernesto Viteri B.,
José Rölz Bennett,
Francisco Villagrán,
Eugenio
Silva Peña,
Federico
Carbonell,
Federico Rölz Bennett.